Hoy he pasado sobre las cinco de la tarde por la Plaza del Ensanche. Como es habitual, la plaza estaba llena de gente: chavales jugando en torno al kiosco, mayores sentados en los bancos, gente que iba y venía… y en medio de todo ese ajetreo la figura tranquila de Don Pío Baroja.

Me ha gustado verlo allí, observando el ir y venir de la vida irunesa y he pensado en lo bonito que fue el acto de colocación de esa estatua. Bonito y sobre todo emotivo, porque en él recuperamos el espíritu del País del Bidasoa que tanto le gustaba al escritor. Se figura ya se ha incorporado a nuestro paisaje y la presencia silenciosa de Pío Baroja, un hombre de personalidad singular, como la de los iruneses, nos acompaña en pleno centro.

Esta ha sido sólo una de las esculturas colocadas en los últimos tiempos en la ciudad. Y es que si la personalidad de los iruneses es fuerte queremos que la de sus calles también lo sea y pequeños detalles como el de Baroja o las Sirenas de la calle Aduana, entre otras, han ido enriqueciendo nuestro paisaje diario y dotando a nuestros rincones de mayor notoriedad. Es la línea que queremos seguir. Continuar mejorando la urbanización de nuestro centro y nuestros barrio y hacerlo además con detalles enriquecedores como el de acercar el arte a nuestras calles.