Hace poco más de tres semanas que Carlos nos dejó y he esperado a que pasara la agitación propia de los comicios locales -que él hubiera seguido, sin duda, con interés- para escribir unas líneas como reconocimiento y recuerdo de este irunés, optimista y cultivado, que, por encima de otras consideraciones y en el mejor sentido de la expresión, siempre me pareció que dominaba con soltura el arte de vivir.

Carlos Aguirreche Durquety fue un apasionado de la cultura, la local y la universal. Entre otras cosas, formó parte de ese grupo de iruneses que, hace ya casi tres décadas, echó a rodar la sociedad Luis de Uranzu Kultur Taldea en la que él mismo publicó varios de sus trabajos. Concienzudo en su quehacer, supo desmenuzar detalles de la historia local en aspectos tan importantes para la ciudad como, por ejemplo, la incidencia del traslado de la Aduana en 1841, sin dejar de contextualizarlos más allá de la esfera municipal. Los escudos de armas fueron también objeto de su atención, siendo autor de un interesante inventario de las casas solares irunesas que ostentan escudo armero.

No es mi intención detallar aquí el valor de cada uno de sus trabajos y artículos; otros mejor que yo podrán hacerlo, aunque sí aprovecho para invitar a quienes no los conozcan a que se acerquen a alguna de sus investigaciones. Es de justicia agradecer su aportación y destacar el significado de su legado, tanto del que nos ha dejado por escrito en el ámbito histórico y cultural como del que ha sabido transmitirnos a quienes le conocimos gracias a su vitalismo, su serena perspectiva de los problemas y su sentido del humor. A Carlos no sólo le gustaba rebuscar en los archivos sino que era un hombre sociable, amigo de la compañía y siempre dispuesto a la charla.

Personalmente, guardo un particular recuerdo ya que, poco después de acceder a la Alcaldía, se acercó a mi despacho con el bastón de mando de su padre, José Ramón Aguirreche -que fuera alcalde hasta 1962-, un símbolo muy especial para él que ahora quedará para siempre en el Ayuntamiento. Persisten vivamente en mi memoria muchos detalles de aquella conversación pero, sobre todo, me quedaron pocas dudas del afecto y respeto que Carlos sentía por Irun.

Un dramaturgo español del siglo pasado escribió que la sonrisa es el idioma universal de los hombres inteligentes. Creo que es una expresión que se ajusta a su carácter porque estoy seguro de que, a la hora de recordar a Carlos, ninguno podremos hacerlo sin ese guiño optimista en su rostro.

Hasta siempre, Carlos.