Algo pasa en los últimos tiempos en los que la descalificación, los insultos y las falsas acusaciones se han puesto demasiado de moda en política.

Sigo sorprendido de ver las formas y los modos de aquellos que al dirigirse a la opinión pública para defender sus ideas, necesitan insultar y menospreciar al contrario. Flaco favor se le hace a la sociedad, y mala carta de presentación es, que uno necesite, antes de poner en valor sus argumentos, manchar los del contrario.

Dicen que las redes sociales tienen parte de culpa. Que el anonimato, y en ocasiones, la simple posibilidad de acceder a opinar sin filtros de cualquier cosa y sobre cualquiera, han hecho que el tono vaya subiendo y estemos llegando a lo que nunca pensamos.

La forma de hacer política no debe de ser esa. La forma de relacionarnos no debe de ser esa. Uno puede hablar de sus propuestas, de lo que cree justo e injusto, de los proyectos que defiende o de los que no entiende, sin caer en descalificaciones e insultos. Uno debe de defender sus ideas sin obsesionarse con atacar las ideas de quien está enfrente. Pero es que da la sensación de que a algunos sus obsesiones más personales les llevan a hablar demasiado de sus oponentes y muy poco de sus formulas e ideas de mejora.

Aquellos que tenemos un puesto de representación deberíamos dar ejemplo a nuestras vecinas y vecinos defendiendo y contrastando planteamientos y programas sin caer en insultos, acusaciones falsas, obsesiones y descalificaciones. Deberíamos contrastar nuestros proyectos y dejar de lado las malas formas y el juego sucio.

Dicen que «el mundo cambia con tu ejemplo, no con tu opinión» predicaremos por tanto con el nuestro…